Dispensario Médico Santa Isabel Manuel Solórzano Sánchez

 

Creación de Los Colegios Médicos

Desde la creación de los Colegios de Médicos con la obligatoriedad de la colegiación en 1898, se planteó la cuestión de los médicos con titulación extranjera que ejercían en la península. Guipúzcoa con frontera de fácil acceso por ambos lados y además muy transitada era de las provincias más afectadas por el problema.

Se relataron incidentes en el Colegio de Médicos hasta 1923, en que se dio oficialmente por zanjado dicho asunto. Los colegas franceses supieron ganarse la simpatía de destacadas figuras de la medicina madrileña y realizar acertadas gestiones que abocaron en el nombramiento de un tribunal que, tras una muy criticada parodia de examen, les revalidó el título legitimando su situación profesional.

Entre la media docena de médicos franceses que ejercían en nuestra ciudad, tres pasaron el examen: don Carlos Vic, médico general colegiado desde 1899 con el número 121, Michel Leremboure, cirujano inscrito en 1907 y el oftalmólogo Augusto Harriet que lo estaba desde 1919. Había también otros, no colegiados, como el oftalmólogo Esteban Durruty que desde aquella fecha dejó de venir a San Sebastián, el poco después fallecido odontólogo Pedro Harriet hermano del anteriormente citado, Camino, el cirujano Ramoneda vinculado a San Ignacio, y el médico general Luis González Ayani.

Todos ellos gozaban de gran prestigio en la ciudad y los que pasaron el examen siguieron ejerciendo en ella a pesar de la manifiesta oposición de sus colegas de aquí. Oposición extendida a quienes con ellos trabajan como el Dr. Ángel Jaén, ayudante de Leremboure, cuyo nombre, enmarcado, aparece en repetidos números de Guipúzcoa Médica de la época como el de persona no grata. El tiempo se encargó de suavizar la tensión creada si bien, en el terreno personal, la animadversión era aún patente en algunos casos hasta 1929. Este grupo de médicos franceses, es el que creó el Dispensario Santa Isabel.

Una curiosa modalidad del ejercicio profesional, hoy desconocida, era la de los Consultorios gratuitos en los cuales los médicos, al tiempo de desarrollar una labor social de asistencia a los menesterosos, trataban de ampliar sus conocimientos y de darse a conocer. Nunca fueron bien vistos por la colegiación en su conjunto a juzgar por las notas aparecidas en nuestra Revista durante la segunda y comienzos de la tercera década de este siglo y por la reglamentación al respecto aprobada en Asamblea del 12 de mayo de 1935. Todas hacen referencia no solamente a tales Consultorios sino también a las consultas públicas establecidas en Hospitales y Dispensarios al crear una competencia desleal por no controlarse debidamente la pobreza exigible a quienes acudían a ellas.

 

Tres consultas gratuitas se mencionan en Guipúzcoa Médica en varios años:

La primera abierta el 10 de agosto de 1901 en el número 2 de la calle San Bartolomé por don Pedro Moya "antiguo alumno externo de París y correspondiente de la Sociedad Ginecológica Española" con el "ilustrado doctor Vicente Barrueta", de quienes no hay otra referencia profesional, como Consulta Pública de enfermedades de la matriz y de vías urinarias.

La segunda es la abierta en 1907 por los médicos de guardia del Hospital Civil, los internistas Luis Alzúa y José Beguiristain y los cirujanos Modesto Huici y Luis Egaña Monasterio quienes abren un Consultorio gratuito para pobres, los lunes, miércoles y viernes, en la calle Urbieta esquina con Urdaneta.

Del éxito que coronó su iniciativa son testigo estas palabras pronunciadas por José Beguiristain en el homenaje a Modesto Huici en su fallecimiento. Dijo así: "Con el afán de hacernos paso, abrimos una policlínica en la calle Urbieta que es algo frecuentada, de gratis, pero no somos ricos y nos cuesta el alquiler y sobre todo los algodones y gasas, y para alivio de cargas ponemos a una peseta la consulta: resultando que un mes más tarde cansados de esperar y de pagar, cerramos nuestra flamante policlínica".

 

Sala de Curas del dispensario Médico Santa Isabel. 4 enfermeras y 4 pacientes 
que esperan para realizar sus curas diarias.

 

Si los médicos del Hospital habían abierto un Consultorio no iban a ser menos los de San Ignacio y así Benigno Oreja, Luis Urrutia, Ramón Castañeda y Miguel Vidaur abrieron otro análogo en el bajo del número 24 de la misma calle Urbieta, o sea más cerca de la Avenida. No sé que en parte alguna consten datos de la labor realizada en él ni del tiempo de su pervivencia, así que me limito a dar la noticia escueta.

La celosamente mantenida competencia entre el Hospital Civil de Manteo y la Clínica San Ignacio, los dos centros de mayor nivel científico de la ciudad, como puede verse no desaprovechada la ocasión para manifestarse.

La tercera es sobre la que voy a tratar: El Dispensario Santa Isabel para pobres. Fue fundado el 3 de Septiembre de 1909 por tres médicos franceses: Charles Vic, Michel Leremboure y Augusto Harriet. El primer director fue Charles Vic, hasta marzo de 1940, sustituyéndolo Augusto Harriet, hasta abril de 1960, año de su fallecimiento, y es cuando cerró sus puertas el dispensario. (María del Coro Picabea Urquía, Diario Vasco, Jueves 27 de Mayo de 1999; página 30)

Más importante y duradero fue el Dispensario Santa Isabel constituido por el antes mencionado grupo de médicos franceses y con los que osaron unirse a ellos y patrocinado por una Junta de Damas de la aristocracia donostiarra. Su finalidad era la labor social dirigida hacia quienes carecían de recursos para acudir a consultas privadas, los que eran gratuitamente atendidos en el Dispensario que a la vez practicaba curas e inyecciones y les suministraba en lo posible las adecuadas "muestras médicas" que en él se recogían. Señoras y señoritas, enfermeras expertas aunque no tituladas, cuidaban de consultas y servicios bajo la inspección de dos Religiosas Dominicas encargadas del Dispensario.(1) CUADERNOS DE HISTORIA DE LA MEDICINA VASCA

Esperando en la entrada para ser vistos por los médicos y para que
les hagan las curas las enfermeras.

 

Dicha importancia y duración tuvo la siguiente experiencia: la del Dispensario Santa Isabel.

En 1909 la ya endémica guerra de Marruecos adquirió mayor virulencia y el nombre del Gurugú se hizo famoso en toda la geografía española, así como los actos de heroísmo que en aquella acción se registraron. Fue entonces cuando algunas señoras y señoritas de San Sebastián quisieron ayudar a los médicos militares en sus tareas. Pero no tenían ningún conocimiento sanitario, ninguna noción del papel de las enfermeras y, entonces, surgió la idea de reunir a aquellas señoras, que tan buena voluntad de ayuda mostraban, instruirlas y aprovechar la oportunidad para crear en la ciudad un centro gratuito de consultas médicas.

La carencia en la ciudad de un grupo o cuerpo de señoritas enfermeras como el de Vic conocía allende el Bidasoa, formadas según las normas establecidas por la Cruz Roja Internacional, siguiendo los programas de las enfermeras de la Cruz Roja Francesa. Durante varios meses, se impartieron cursos de mañana y tarde y cuando se creyó que aquel grupo de señoras y señoritas estaban capacitadas, se fue a la creación de un dispensario médico a beneficio de los enfermos pobres de la ciudad.

Le impulsó a crear una pequeña escuela alquilando un local en la Plaza Easo esquina con el número 27 de la calle Larramendi, el local era pequeño y fue ampliado más tarde, para que dichas enfermeras practicasen en un Dispensario gratuito para los necesitados. Siempre contó con la valiosa colaboración de las Madres Dominicas, cuya superiora era la Madre Mauricia, que prestó toda clase de ayudas, pudiendo contar con todo el material médico y quirúrgico desde el sábado 11 de Junio de 1910.

Estas enfermeras se formaron a partir del programa de las Damas Enfermeras de la Cruz Roja, precisando para ello: ser súbdita española, mayor de diecisiete años y pertenecer como asociada a la institución.

La Dama enfermera antes de decidirse a serlo ha de reflexionar seriamente, ya que su misión será muy difícil. Necesita unos conocimientos sólidos, teóricos y prácticos, piadosa abnegación, espíritu de severa disciplina, cristiano amor al prójimo, dulzura atrayente y paciencia ejemplar e inagotable con los enfermos y que vale más no ser enfermera que serlo sólo de nombre.

La mujer posee cualidades que le dan el privilegio de endulzar los dolores y pone su corazón fácilmente de acuerdo con la razón cuando desea consagrarse al cuidado de los enfermos. Desde luego ha de reconocer la necesidad de someterse en el Hospital o Dispensario a una rigurosa disciplina en tiempos de guerra y de una buena organización en el Dispensario en tiempo de paz.

La experiencia de Pasteur ha demostrado que los peligros por los que durante tanto tiempo han pasado los heridos y operados podían evitarse. Entre las reformas impuestas por esta experiencia, figura en primer lugar la enseñanza del personal que está al servicio de los hospitales y dispensarios.

El distinguido Doctor Vic en el Dispensario para pobres, establecido al principio de su inauguración en la plaza Easo, practicando una vacunación antitífica. Ayudan al doctor Vic aristocráticas señoras y señoritas donostiarras que a diario evidencian sus generosos sentimientos de amor al prójimo. (Novedades Domingo, 26 de octubre de 1913).

 

La asistencia perfecta de nuestros enfermos, heridos u operados solo puede obtenerse si en el lugar que ocupen todo está subordinado a la realización absoluta de la asepsia y antisepsia. Para ello es indispensable contar con enfermeras suficientemente instruídas, bien acostumbradas y penetradas de sus deberes.

De aquí la razón de nuestros Dispensarios - Escuelas; la enseñanza que en ellos se recibe, la disciplina que se impone, tienen por objeto principal asegurar en absoluto la destrucción de los gérmenes mórbidos en el material de curas y del instrumental, es decir su perfecta esterilización; procurar de una manera indudable su conservación en estado estéril, acostumbrase a tomar tanto con los enfermos como consigo misma, y con las personas que las rodeen el conjunto de precauciones rigurosas que impiden transmitir o inocular los agentes contaminantes.

La Dama enfermera cuando está bien instruída, colabora de la manera más útil al trabajo de los médicos y cirujanos, siendo ella la que ha de responder de la perfección y seguridad del material de curas y muy especialmente en las salas de operaciones donde su papel es más indispensable aún.

La Dama enfermera ha de saber como se prepara todo el material de curas y como se ejecutan estas, estar familiarizada con todos los detalles técnicos. Es necesario, también, que esté plenamente convencida que, en la manera de hacer o colocar un vendaje, estriba el que se eviten accidentes locales, como dolores, hemorragias y complicaciones infecciosas.

Ha de estar convencida de que en muchas ocasiones la vida o curación de un herido es obra de los primeros cuidados que ella pudo darle. Cohibir una hemorragia, evitar graves complicaciones y tal vez salvar miembros, depende de un vendaje bien hecho.

El doctor Harriet y su mujer y 6 enfermeras aristocráticas.

 

El papel de los Dispensarios - Escuelas es, pues, importantísimo. En ellos ha de formarse la enfermera y para conseguirlo se impone que a las órdenes del Director haya, constantemente una Superiora Diplomada, la cual se encargará de la vigilancia sin intermitencias de las Damas alumnas repitiéndoles las lecciones teóricas que reciban del profesor y vigilando las curas que hagan a los enfermos, la esterilización del instrumental y material de curas, lo cual harán las alumnas por turnos hasta quedar bien instruídas.

En resumen: La Dama enfermera y todo el personal auxiliar, deben tener una enseñanza sabiamente adecuada y uniforme para lo cual precisa de un modo absoluto, que aquellas personas que estén encargadas de ayudar al médico en la instrucción de las Damas y Enfermeras profesionales, estén formadas en un plan único también, y bajo la vigilancia de un personal médico competente y penetrado de esta importancia.

 

Los sábados, por la tarde, había consultas de medicina general. Los médicos daban instrucciones a las enfermeras que, bajo la dirección de la Madre Mauricia, aplicaban y ejecutaban las prescripciones de los doctores. En cirugía y oftalmología, ayudaban las enfermeras preparando todo el instrumental de curas, vendajes, gasas, esterilizantes, etc... y fuera de los días de consulta, hacían las curas a los enfermos. El cuerpo médico lo formaban al comienzo Carlos Vic, internista, que daba los cursillos a las enfermeras, con Luis González Ayani, el cirujano Michel Leremboure y el oftalmólogo Augusto Harriet.

Doctor Vic, la madre su hijo y las enfermeras.

Asistían también a las consultas y si había que aplicar ventosas, poner inyecciones o realizar curas, lo hacían ellas. El dispensario contó, desde su inauguración, con numerosos pacientes, y así, en el mes de mayo de 1911, que era uno de los meses con menor actividad, se registraron 169 consultas de cirugía, 151 de medicina general y 142 de oftalmología, es decir, que hubo 462, habiendo realizado las damas enfermeras 230 curas y tratado 698 ojos. En el primer año de funcionamiento del dispensario, pasaron por éste la no pequeña cifra de 2.098 enfermos.

A cada enfermo se le abría una ficha, que se le entregaba y que presentaba cada vez que acudía al dispensario. Suponiendo que el número de curas fuera análogo cada mes al registrado en el citado mayo, resultaría que en el primer año de existencia del establecimiento, se habían realizado 2.760 curas y se habían tratado a 7.000 pacientes de la vista.

La benéfica labor del dispensario era de una importancia excepcional, pues entonces no existía la Seguridad Social, que vino muchísimos años después, y al pobre no le quedaba más recurso, en caso de enfermedad, que la beneficencia pública. Los periódicos, al elogiar la obra del Doctor Vic, la labor humanitaria y social que realizaba, ponían de manifiesto su modestia, ya que había suplicado a los periodistas que hablasen solamente de la obra que era un beneficio y un bien para los enfermos pobres, pero que no escribieran de él.

Era partidario de la vieja máxima,<<que tu mano derecha no sepa lo que da la izquierda>>. Unía a sus grandes conocimientos médicos un gran sentido humano y un corazón de oro. R.M: Diario Vasco, 8 de Junio de 1986

Consultorio del doctor Vic.

 

Una Junta de Damas, de familias donostiarras muy conocidas encabezada por la Marquesa de Rocaverde Mercedes Arriola (Presidenta), Vice-presidenta doña Luisa Lizariturry de Rezola y su hermana Carmen, doña Inés Brunetti y Gayoso, hermana del duque de Arcos y las señoras, Secretaria Laura Aguirre de Harriet y Tesorera señora del doctor Vic y otras, llevaba la dirección junto a un plantel de señoritas de parecido linaje, confiando el cuidado directo a una Religiosa Dominica (Sor Renata del convento de Nuestra Señora del Pilar), más tarde a dos.

Eran precisamente esas señoras y señoritas de la buena sociedad las que con los médicos labraron el prestigio de la entidad asegurando su próspera vida. Prueba de dicho prestigio, la visita realizada al centro por S.M. la Reina María Cristina de cuyas resultas creó el Cuerpo de Damas de la Cruz Roja para atención de su Hospital y Dispensario. Y reflejo del impacto social que ocasionó, la fotografía aparecida el 26 de octubre de 1913 en NOVEDADES en la que aparece el Dr. Vic poniendo una inyección antitífica <<en el Dispensario para enfermos pobres>>.

 

PROMESAS DE LA DAMA ENFERMERA

  • Me comprometo a servir de todo corazón a los que se hallen en tratamiento en el hospital o dispensario al que yo pertenezca.

  • No cesaré nunca de esforzarme en el mejor cumplimiento de la misión que me ha sido confiada.

  • Me comprometo solemnemente a no divulgar los hechos de que yo tenga noticia acerca de la vida privada de mis enfermos.

  • Reconozco la dignidad y grandeza de la misión que he aceptado. Ningún trabajo es trivial e indigno en la lucha contra la enfermedad y preservación de la salud.

  • Me comprometo a servir con lealtad y obediencia a aquellos bajo cuya dirección estoy colocada. Que nunca en el cumplimiento de mis funciones me falten la paciencia, la bondad y la comprensión.

 

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